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Opinión

Opinión. Ana Rosa y la resaca facha. Por David Torres

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Hay muchas canciones que podían haber sonado la noche del domingo en Génova 13, aparte de las que sonaron junto con la sintonía de Verano azul y el eco del narcocorrido que le dedicaron a Feijóo unos mariachis días antes. De repente yo me acordé de Tristeza de amor, la sintonía de la teleserie homónima que cantaba Hilario Camacho con aquella voz acojonante:

Bajo el tejado de cristal

duermen el odio y la pasión,

sueños de gloria y de poder

calman su gris desolación.

Tristeza de amor

un juego cruel

jugando a ganar

has vuelto a perder.

Son muchos los que mienten

para resplandecer

pagando por su vida

un interés.

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No me digan que la tercera estrofa no rima con la caterva de matones y matonas que han estado un lustro acarreando mierda en televisiones, radios y periódicos, al tiempo que las dos primeras salen clavadas a la cara de escayola de Feijóo celebrando la victoria mientras, abajo, el populacho reclamaba su cabeza a los gritos de «¡Ayuso, Ayuso, Ayuso!» Era un especial de Juego de tronos pero a ritmo de muñeira. Acostumbrado a ganar elecciones con la gorra allá en Galicia, alzando mucho los brazos, intentando sonreír sin que se le rompieran las gafas, Feijóo todavía no acaba de entender el mecanismo parlamentario por el cual no le alcanzan los escaños. Alguien debería explicárselo, porque el pobre hombre sigue sin entenderlo y cada vez que alguien le cuelga el teléfono mientras intenta negociar la investidura, se le va más poniendo más pinta de Paco Martínez Soria en La ciudad no es para mí.

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Unas horas antes, cuando empezaban a emerger los primeros datos electorales, las cadenas que habían preparado el entierro de Pedro Sánchez veían que, contra todo pronóstico, el cadáver estaba resucitando. En cambio, quienes sufrían un ictus en vivo y en directo eran esos periodistos que llevan años martilleando el ataúd, especialmente Vicente Vallés, cuyo rostro hierático iba adquiriendo el rigor mortis de una esfinge etrusca al descubrir que no le cuadraban los números y que probablemente le va a tocar otra legislatura más ejerciendo su triste oficio de sepulturero.

A la mañana siguiente, en plena reyerta radiofónica, Fedeguico Jiménez Losantos y Juan Carlos Girauta empezaron a discutir por si tenía que marcharse Abascal o Feijóo, ninguno o los dos juntos de la mano. Con su habitual perspicacia, Jorge Bustos acababa de escribir en El Mundo: «A veces uno lamenta que el juicio mayoritario de los españoles expresado en las urnas no coincida con el expresado individualmente en tantas columnas». Lo que, despojado de pedantería y traducido al castellano pedestre de Juan de Mairena, venía a decir poco más o menos: «Para qué cojones escribiré yo estas arengas de chichinabo, si luego ustedes votan lo que les da la gana». Unos días antes le había pedido a Pedro Sánchez que reflexionara, incluyendo en el ladrillo verbal una frase que quería ser lapidaria y que iba a resultar profética: «Pedro, la has liado, pero no sabes hasta qué punto».

La resaca facha llegó a la apoteosis en la tertulia de Ana Rosa Quintana, donde la dueña y señora de las telecloacas, también se atragantó con los resultados. Se la veía masticando la rabia palabra por palabra, sin sospechar que, al día siguiente, martes, a su marido, Juan Muñoz, le iba a caer una condena de tres meses de prisión por encargarle un caso de espionaje al comisario Villarejo. Debe de ser terrible comprobar que todas las trolas, intoxicaciones y manipulaciones excretadas pacientemente durante años en ese vertedero denominado Telecinco no han servido de nada. Hace cosa de un mes, en su entrevista a Pedro Sánchez, le lanzó una de sus característicos mordiscos envenenados al preguntarle dónde iba a veranear después del 23 de julio, cuando sólo fuese presidente en funciones. «Sí, pero estaré trabajando para la investidura» respondió Sánchez con una sonrisa radiante que, vista a día de hoy, parece una patada en la boca.

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