Opinión
Opinión. “LA VIDA SIGUE IGUAL” . Por J.R.H.
“Unos que nacen otros morirán/ Otros que ríen otros llorarán/Aguas sin cauces ríos sin mar/ Penas y glorias, guerras y paz”.
_“Unos que nacen otros morirán/
Otros que ríen otros llorarán
Aguas sin cauces ríos sin mar
Penas y glorias, guerras y paz”.
Reconozco que me gusta Julio Iglesias, bueno, quiero aclarar que me gustan sus canciones. Deben estar conmigo que este reconocimiento público merece ser recompensando con la lectura íntegra del artículo. Y claro que el título de esta canción está relacionado con lo que pretendo exponer. A saber.
Hace algunos días mantuve una breve conversación con una persona sobre la situación complicada que estamos viviendo, y se peguntaba, me preguntaba, si todo esto nos haría cambiar como personas, como sociedad, en sentido positivo, más comprensivos más tolerantes, con la necesidad vital de que el esfuerzo humano, en lo físico, psicológico, económico y social que estamos invirtiendo debiera tener una compensación. Ambos fuimos escépticos.
A lo largo de la historia de la civilización humana han existido muchas tragedias, naturales, sanitarias, económicas y bélicas, sólo en el SXX y una quinta parte del SXXI, puntualmente, dos guerras mundiales, nuestra guerra civil, pandemias, conflictos bélicos y sociales, grandes crisis económicas…etc; y otras que se van gestando a lo largo de años, poco a poco pero con pronósticos devastadores como el cambio climático o la creciente desigualdad económica. En términos históricos 120 años, como muy bien saben Jordi y Paco, no es nada.
Poco se ha aprendido de estas tragedias. Ni aun lo suficiente para evitar otras similares. El motivo no lo sé. La mente humana quizá por supervivencia individual, quizá también como especie, es un muy olvidadiza y selectiva.
El ser humano quiere sobrevivir en tiempos de conflictos, subsistir en tiempos de carencias y vivir bien en tiempos de bonanza, con una capacidad adaptativa darwiniana propia del reino animal al que pertenecemos.
Afrontamos los grandes problemas con la esperanza de volver al estado previo, al punto de partida cotidiano al que pretendemos como nuestro refugio. Y por lo general no somos capaces de hacer una valoración de lo acontecido con ánimo preventivo.
Es sorprendente como lo cotidiano supera la realidad más trágica. Es aquello que se dice que dijo (en otro sentido y contexto) Fray Luis de León y también Miguel de Unamuno al retornar a la Universidad de Salamanca tras la cárcel y la represalia: “Dicebamus hesterna die” “Decíamos ayer”. Somos genios haciendo paréntesis existenciales.
Pero el mismo mecanismo psicológico funciona sociológicamente. Tras el breve duelo post tragedia las sociedades cimientan, casi inconscientemente, los argumentos necesarios para olvidar pronto el mal ocurrido. “En tiempos de tribulación, no hacer mudanzas” parece una consigna individual y colectivamente aceptada.
El retorno a lo conocido y vivido es prioritario tras la salida indemne de cualquier amenaza, eso parece garantizar una estabilidad necesaria para retomar nuestra vida, nuestra cotidianidad.
A medida que vaya mitigándose la pandemia, iremos poco a poco dejando de aplaudir a las ocho de la tarde, seremos menos rigurosos con las medidas sanitarias de precaución, luego más tarde olvidaremos la heroicidad del personal sanitario, hasta iremos olvidando los miles de fallecidos. No sé durante cuánto tiempo durará esta transitoriedad, lo suficiente y justo para acomodarnos a nuestros hábitos.
A mi parecer los tiempos convulsos no son los más propicios para asentar una nueva mentalidad personal y social, el retorno a lo conocido es históricamente lo presumible. Pero el olvido consciente de los errores cometidos es maldad y el olvido inconsciente imprudencia.
No quiero con este mensaje banalizar esta situación, sería injusto por tantas y tantas personas que lo están pasando mal y que lo van a pasar mal, sólo estoy describiendo una sensación, mi sensación con cierto respaldo en lo que en otros momentos históricos trágicos ha ocurrido.
Por supuesto sería deseable que cada persona en su interior hubiese comprendido “la insoportable levedad del ser”, no con ánimo de resignación y pesimismo, todo lo contrario, sino como acicate de una nueva visión y mentalidad más humana, más solidaria, más social; menos ombliguismo en lo personal, en lo familiar, en lo laboral y profesional; sólo con el gesto de levantar la cabeza y una mirada atenta, se descubren nuevas realidades a las que despreciábamos, o en el mejor de los casos, ignorábamos. Si de esto saliera una nueva perspectiva humana otro gallo nos cantaría.
También por supuesto seria un logro que la sociedad civil y la política recogiera frutos maduros de esta pesadilla; con tener claro cuáles son las prioridades ya sería un triunfo: la sanidad, la asistencia a los mayores, la educación, la formación, la cultura, la ciencia, todo ello encuadrado en un sistema económico justo que priorice el bienestar social de las personas en sentido amplio por encima de la perspectiva economicista.
Todo ello fundado en algunos pilares: Solidaridad es la palabra y concepto clave, ahora está pero debería quedarse: entre la familia; entre los amigos; entre el empresario y el trabajador (y viceversa); entre el cliente y el comercio (el pequeño y local); entre el profesor y el alumno; entre el Estado y el ciudadano; se trata de un mecanismo de ayuda mutua presidido por el desinterés que repercute de forma favorable en el bienestar personal y se extiende a la sociedad creando comunidad, porque como dije en otro artículo la solidaridad se derrama entre iguales y es recíproca.
Igualmente hay dos conceptos (por cierto son marxistas) difícilmente rechazables probablemente porque su utopía genera simpatía: el de autorrealización del individuo e igualdad entre las personas, que deberían salir reforzados de estos tiempos; con el primero, todo hombre y toda mujer, debe tener la oportunidad de desarrollar sus talentos, sus capacidades, de transformar su potencial en acción y que ello transcienda en los demás. Creo que el confinamiento ha propiciado en las personas ciertas meditaciones sobre el papel de cada cual en la vida, en lo personal y en la sociedad y sobre la utilidad de nuestra existencia, son preguntas que no deben abandonarse cuando llegue la normalidad porque es el principio para buscar respuestas y con esa búsqueda empieza la autorrealización individual.
Pero me invade una sensación de escepticismo, porque cuando todo esto pase y pasará tarde o temprano, dejará sus secuelas, sus rescoldos, pero volveremos al punto de partida, al mundanal ruido, a los lugares comunes de pensamiento y acción, y todo de nuevo se volverá plano, casi insulso, monótono. A vivir. Porque: “Otros que vienen nos continuarán, la vida sigue igual”.
Lo de Julio Iglesias es sólo un recurso literario divertido. O no.
Breve recuerdo a Julio Anguita: El mismo día que mando este artículo a la Dirección de la “La Voz de Morón” para que considerasen su publicación (16/05/2020), ha fallecido Don Julio Anguita González. Me gustaría dejar constancia pública de mi admiración por Julio Anguita, como persona, político e intelectual. Su pensamiento, su lógica y didáctica política, su Comunismo inquebrantable en coherencia con su forma de vivir, lo definen. En sus palabras: “La historia, o las historias, tienen como protagonistas a los seres humanos y sus acciones u omisiones evidentes. Este texto los tiene. Fueron muchas las personas, que durante muchos años desdeñaron la comodidad del oropel o las lisonjas con las que el poder, benévolo, acaricia las cabezas de los que enajenaron su libertad de pensar. Personas que estudiaban informes rigurosos, y en base a ellos y a la discusión entre compañeros y compañeras, se esforzaban en buscar demostraciones y argumentos o se preocupaban por quienes eran los perjudicados por los nuevos proyectos de “modernización” .
Creo que la mejor forma de reconocer y recordar a una persona es volver a su pensamiento, sus escritos, por eso he recuperado el anterior texto del prólogo que Julio Anguita escribió para el libro “Contra la Ceguera” que coescribió con Julio Flor. Me he ido directamente a la estantería y en su lugar estaba. Volveré a leerlo. Es mi sincero y humilde homenaje.
J.R.H.