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Opinión

Sobre medios de comunicación y su trato a Ucrania y Palestina

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Opinión. Este escrito es la parte final de un artículo más extenso publicado por John Pilger en sinpermiso cuyo título es "La vuelta de Orwell y el Gran Hermano a la guerra de Palestina, Ucrania y contra la verdad"…

Opinión. Este escrito es la parte final de un artículo más extenso publicado por John Pilger en sinpermiso cuyo título es "La vuelta de Orwell y el Gran Hermano a la guerra de Palestina, Ucrania y contra la verdad"

John Pilger (Australia.1939) es uno de los mejores documentalistas y corresponsales de guerra del mundo. Sus trabajos sobre Vietnam, Timor, Birmania y Camboya son admirados universalmente. Actualmente escribe desde Londres.

En febrero, los EEUU organizaron uno de sus golpes de estado «coloristas» contra el gobierno legítimo de Ucrania, explotando las protestas genuinas contra la corrupción en Kiev. La secretaria de estado de Obama, Victoria Nuland, escogió personalmente al líder del «gobierno interino». Lo apodó «Yats». El vicepresidente Joe Biden viajó a Kiev, igual que hizo el director de la CIA John Brennan. Las tropas de choque de su golpe de estado fueron fascistas ucranianos.

Por primera vez desde 1945, un partido neo-nazi, abiertamente antisemita, controla las áreas clave de poder en una capital europea.  Ningún líder de la Europa Occidental ha condenado este resurgimiento del fascismo en la tierra fronteriza a través de la cual las tropas de invasión hitlerianas asesinaron a millones de rusos. Obtuvieron el apoyo del Ejército Insurgente Ucraniano (UPA), responsable de la masacre de judíos y rusos, que ellos llamaban «alimañas». El UPA es la inspiración histórica del actual partido Svoboda y su aliado el Pravy Sektor. El líder de Svoboda, Oleh Tyahnybok, ha hecho un llamamiento para purgar Ucrania de la «mafia moscovita-judía» y demás «escoria», como gays, feministas y grupos de izquierdas.

Desde el colapso de la Unión Soviética, los Estados Unidos han sitiado a Rusia con bases militares, aviones de guerra nucleares y misiles, como parte de su Proyecto de Ampliación de la OTAN. Imcumpliendo la promesa hecha al presidente soviético Mikhail Gorbachev en 1990 de que no se extendería «un solo centímetro hacia el este», la OTAN, de hecho, ha ocupado la Europa Oriental. En el antiguo Cáucaso soviético, la expansión de la OTAN representa la mayor construcción militar desde la Segunda Guerra Mundial.

El Plan de Acción de Membresía de la Otan es la concesión de Washington al régimen golpista de Kiev. En Agosto, la «Operación Tridente Rápido» situará a las tropas estadounidenses y británicas en la frontera Rusia-Ucrania y el ejercicio militar «Sea Breze» enviará buques de guerra estadounidenses a vista de los puertos rusos. Uno puede imaginarse la reacción si estos actos de provocación o intimidación se llevaran a cabo en las fronteras estadounidenses.

Al reclamar Crimea –que Nikita Kruschev separó ilegalmente de Rusia en 1954– los rusos no hacen más que defenderse, como han estado haciendo desde hace casi un siglo. Más del 90 por ciento de la población de Crimea votó a favor de devolver el territorio a Rusia. Crimea es el hogar de la Flota del Mar Negro y su pérdida podría significar el final para la Marina Rusa y un premio para la OTAN. Habiendo confundido los partes de guerra en Washington y Kiev, Vladimir Putin retiró las tropas de la frontera Ucraniana y urgió a las etnias rusas del este de Ucrania a abandonar las ideas de separatismo.

De una forma muy orwelliana, a todo esto se le ha dado la vuelta en occidente convirtiéndolo en «amenaza rusa». Hillary Clinton comparó a Putin con Hitler. Sin ninguna ironía, los comentaristas políticos de la derecha alemana profirieron las mismas palabras. En los medios, se limpia la imagen de los neo-nazis ucranianos llamándolos «nacionalistas» o «ultra nacionalistas». Lo que temen es que Putin esté buscando una solución diplomática y que pueda encontrarla. El 27 de junio, en respuesta al último acuerdo de Putin –su petición al Parlamento Ruso de rescindir la legislación que le otorgaba el poder de intervenir en nombre de la etnia rusa de Ucrania–, el Secretario de Estado John Kerry lanzó otro de sus ultimatums. Rusia debe «actuar en las próximas horas, literalmente» para acabar con la revuelta en Ucrania del este. A pesar de que a Kerry se lo conoce como un bufón, el grave objetivo de tales «advertencias» era propiciar que Rusia obtuviera el estatus de paria y reprimir las noticias de la guerra del régimen de Kiev contra su propio pueblo.

Un tercio de la población de Ucrania es de habla rusa y bilingüe. Hace tiempo que el pueblo persigue una federación democrática que refleje la diversidad étnica de Ucrania y sea tanto autónoma como independiente de Moscú. La mayoría no es «separatista» ni «rebelde», sino ciudadanos que desean vivir seguros en su patria. El separatismo no es más que una reacción a los ataques que sufren por parte de la junta de Kiev, que ha enviado al exilio en Rusia a unos 110.000 (según datos de la ONU). En general, se trata de mujeres y niños traumatizados.

Como los niños del embargo a Iraq y las mujeres y niñas «liberadas» de Afganistán, este pueblo étnico de Ucrania, aterrorizado por los caudillos de la CIA, son los nadies mediáticos de occidente; su sufrimiento y las atrocidades que han sufrido han sido minimizadas hasta casi desaparecer. Tampoco se ha informado en los medios de comunicación oficiales de occidente de la escala de los ataques del régimen. Esto no carece de precedentes. Volví a leer la magistral The First Casualty: the war correspondent as hero, propagandist and mythmaker, de Phillip Knightle, con admiración renovada por Morgan Philips Price del Manchester Guardian, el único reportero occidental que permaneció en Rusia durante la revolución de 1917 e informó de la desastrosa invasión de los aliados occidentales. Justo y valeroso, Philips Price agitó él solo lo que Knightley denomina el «oscuro silencio» anti-ruso de occidente. 

El 2 de mayo, en Odessa, 41 personas de etnia rusa fueron quemadas vivas en la sede de un sindicato ante la mirada impasible de la policía. Existe un video terrible que lo prueba.  El líder de Pravy Sektor, Dmytro Yarosh. saludó la masacre como «otro día brillante de nuestra historia nacional». En los medios de comunicación británicos y estadounidenses se transmitió la noticia como una «tragedia turbia» resultante de los «enfrentamientos» entre «nacionalistas» (neo-nazis) y «separatistas» (el pueblo que recogía firmas para convocar un referéndum por una Ucrania federal). El New York Times la enterró, desechando como propaganda rusa sus advertencias sobre las políticas fascistas y antisemitas de los nuevos clientes de Washington. El Wall Street Journal condenó a las víctimas – «Fuego Mortal Ucraniano Probablemente Detonado por los Rebeldes, Según el Gobierno». Obama felicitó a la junta por su «refrenamiento».

El 28 de junio, el Guardian dedicó casi una página entera a las declaraciones del «presidente» del régimen de Kiev, el oligarca Petro Poroshenko.  De nuevo se aplicó la ley de inversión de Orwell. No hubo golpe de estado; no hubo guerra contra la minoría de Ucrania; los rusos tenían la culpa de todo. «Quiero modernizar mi país», dijo Poroshenko. «Queremos introducir la paz, la democracia y los valores europeos. Hay personas a quienes no les gusta. Hay personas a quienes no gustamos».

El reportero del Guardian, Luke Harding, obviamente no puso en duda tales aseveraciones, ni mencionó la atrocidad cometida en Odesa, los ataques aéreos y de artillería del régimen en las áreas residenciales, el rapto y asesinato de periodistas, el bombardeo de la redacción de un periódico de la oposición y su amenaza de «liberar Ucrania de escoria y parásitos». El enemigo son «rebeldes», «militantes», «insurgentes», «terroristas» y secuaces del Kremlin. Si congregamos a los fantasmas de la historia de Vietnam, Chile, Timor del Este, Africa Austral o Iraq, podremos identificar las mismas etiquetas. Palestina es el imán de este inamovible engaño. El 11 de julio, tras la última matanza en Gaza –80 personas, entre ellas seis niños de la misma familia– perpetrada por el ejército de Israel equipado con armamento estadounidense, un general israelí escribió un artículo en el Guardian bajo el titular «Una muestra de fuerza necesaria».

En los años 70, conocí a Leni Riefenstahl, a quien pregunté sobre las películas que había rodado para glorificar a los nazis. Utilizando una cámara y unas técnicas de iluminación revolucionarias, produjo un documental en un formato que fascinó a los alemanes: era el Triunfo de la Voluntad, donde al parecer vehiculaba las maldiciones de Hitler. Le pregunté sobre la propaganda en sociedades que se imaginaban superiores al resto. Ella respondió que los «mensajes» de sus películas no estaban subordinados a las «órdenes de arriba» sino al «vacío sumiso» de la población alemana. «¿Incluye eso a la burguesía liberal e instruída?» Le pregunté. «A todo el mundo», contestó, «y, por descontado, a la intelligentsia».

John Pilger

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