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Opinión

Opinión. La hipocresía occidental

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Aún recuerdo cómo hace no mucho tiempo, tras el inicio de la guerra en Ucrania, se nos instaba desde algunas universidades europeas a detener nuestras colaboraciones con colegas de instituciones rusas, cosa que públicamente critiqué en su momento. En particular, recuerdo el comunicado a tal efecto del rector de la Universidad de Aalborg en Dinamarca, universidad a la cual me encuentro adscrito en la actualidad. Por supuesto, la razón esgrimida tras tal instancia era la cruel, inhumana e ilegal invasión por parte de Rusia del Estado soberano de Ucrania (aunque eso de «soberano» es discutible en el caso ucraniano).

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Unido a la guerra en Ucrania, hoy asistimos con rabia, dolor e impotencia al recrudecimiento del genocidio que sistemáticamente viene ejecutando desde hace décadas el Estado sionista de Israel contra el pueblo palestino con la excusa del ataque del Movimiento de Resistencia Islámica (Hamás) del 7 de octubre del presente año. Para mi no sorpresa, no veo comunicados equivalentes procedentes de universidades europeas instándonos a detener nuestras colaboraciones con científicos de organismos israelíes, cosa que acabo de criticar públicamente por, aparentemente, redundar en un hecho falto de coherencia. ¿Es que las vidas de los palestinos valen menos que las de los ucranianos? Si bien el comunicado del rector de la Universidad de Aalborg referido en el primer párrafo recibió el aplauso de un buen número de trabajadores, mi actual crítica no sólo no tiene ni de lejos el mismo impacto, sino que, en un ejercicio de obscena alienación, algunos trabajadores llegan a justificar (por supuesto, sin construcción argumental alguna) la cruda indiferencia para con el pueblo palestino por parte de las universidades europeas. Por desgracia para nuestra clase social, este hecho es uno más de los síntomas de la hegemonía cultural occidental-capitalista, habiéndose conseguido instalar un determinado imaginario colectivo reaccionario mediante el bombardeo cognitivo materializado en tertulias, «informativos», libros de texto, etc.

Soy consciente de que tales comunicados o medidas en solidaridad con Palestina no llegarán sin presión social. También soy consciente de que, cada vez más, las universidades dejan de ser espacios que estimulan el pensamiento crítico para convertirse en patéticos apéndices del capital. Y, más aún, soy consciente de que, como tales apéndices, las direcciones de las universidades son directamente hipócritas: no les preocupan las vidas humanas, sino que, con el tipo de medida en torno a la cual gira este artículo, buscan contribuir a defender intereses geopolíticos espurios de sus respectivos Estados. De una parte, la guerra en Ucrania tiene por objetivo la ampliación —con la inestimable ayuda del títere Zelensky— del área de influencia de Occidente, lo que responde a la lógica de expansión constante de las fronteras de la OTAN (la mayor organización terrorista mundial) hacia el este de Europa desde la caída de la Unión Soviética. De otra parte, Israel es la punta de lanza de Occidente en Oriente Medio, siendo la culminación del genocidio palestino —con la consiguiente ocupación de nuevos territorios de esta región geoestratégica— clave para los intereses del gran capital occidental. Este recrudecimiento bélico por parte de Occidente sustentado en una pornográfica inversión multimillonaria responde a la siguiente realidad: la decadencia sin ambages de la hegemonía mundial de Estados Unidos que este país trata desesperadamente de frenar.

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Ursula von der Leyen, la presidenta de la Comisión Europea, es el paradigma andante de esta hipocresía occidental. Con motivo del Día Mundial de la Libertad de Prensa, el 3 de mayo de 2021 publicó el siguiente tweet: «La libertad de prensa en la Unión Europea se da con frecuencia por sentada. Podría no serlo. Hemos tenido dolorosos recordatorios recientes. En el Día Mundial de la Libertad de Prensa, recordemos que la democracia no puede funcionar sin medios libres e independientes. Tenemos que proteger a los periodistas a toda costa». Posteriormente, en un acto de cinismo atroz, la Unión Europea censuraría el medio Russia Today con la excusa de la desinformación y manipulación promovidas por el Kremlin en el contexto de la guerra en Ucrania. Al menos hay que concederle la razón a von der Leyen cuando subraya que no hay que dar por sentada la libertad de prensa en la Unión Europea, pues ella misma trabaja con ahínco por que así sea.

Más dolorosa y repulsiva resulta la siguiente realidad. En el marco de la guerra en Ucrania, von der Leyen hizo la siguiente declaración: «Los ataques de Rusia contra infraestructura civil, especialmente electricidad, son crímenes de guerra. Privar a hombres, mujeres y niños de agua, electricidad y calefacción con la llegada del invierno es un acto de puro terror. Y tenemos que llamarlo así». Como sabemos, el ministro de Defensa israelí ordenó recientemente cortar electricidad, gas, agua y alimentos a la población civil de la Franja de Gaza. Ursula von der Leyen no sólo no ha condenado estos crímenes terroristas y genocidas, sino que, extralimitándose en sus funciones como presidenta de la Comisión Europea al suplantar al jefe de la diplomacia de la Unión Europea (el inefable Josep Borrell), ha hecho público su apoyo incondicional al fascista Benjamin Netanyahu. ¡Hipócritas! ¡No os importan las vidas humanas! ¡Vuestras lágrimas de cocodrilo en el caso ucraniano son fruto de intereses bastardos!

El propio ministro de Defensa israelí tuvo la osadía de catalogar públicamente como «animales humanos» a los palestinos. La deshumanización de una etnia es uno de los elementos constitutivos de la justificación de un genocidio, algo que bien conoce el pueblo judío que tanto ha sufrido a lo largo de la historia (principalmente de manos del nazismo). No caben medias tintas: cualquier persona demócrata apoyará sin fisuras la resistencia palestina y condenará enérgicamente la colonización y genocidio sistemáticos que el Estado sionista de Israel ha venido practicando desde 1948 contra el pueblo palestino. Y, por supuesto, la indiferencia es reaccionaria.

  Iván López Espejo

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