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Opinión

Crónicas del Antiguo Testamento. Jehová: dios exterminador (y III)

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Me gusta ver el cielo

con negros nubarrones

y oír los aquilones

horrísonos bramar,

me gusta ver la noche

sin luna y sin estrellas,

y sólo las centellas la tierra iluminar.

Me agrada un cementerio

de muertos bien relleno,

manando sangre y cieno

que impida respirar,

y allí un sepulturero

de tétrica mirada

con mano despiadada

los cráneos machacar.

(15 primeros versos del poema  Desesperación de José Espronceda)

Después de la conquista y exterminio de Jericó, Josué (respaldado en todo momento por Jehová) se dedicó a conquistar el sur de Canaán, con los mismos procedimientos.

Se alió con el rey de Gabaón y tomó la ciudad de Ay “consagrándola al exterminio” (Josué, 10,1) Se unieron entonces los reyes de Jerusalén (Adonisédec), Hebrón (Oán), Yarmut (Farán), Laquis (Yafia) y Eglón (Debir) para hacer frente a la amenaza gabaonita-israelita.

Los cincos reyes amorreos acamparon cerca de Gabaón y la atacaron. Pero Josué acudió en su defensa con lo más selecto de su ejército. Pero lo más importante no era su fuerza militar, sino que Jehová se le apareció y le dijo: “No los temas, porque yo te los entregaré, ninguno de ellos podrá resistir ante ti” (Josué, 10,8). Como no podía ser de otro modo los cinco reyes amorreos fueron vencidos por la acción conjunta de la coalición israelita-gabaonita y, sobre todo por la “ayudita” de Jehová.

Se relata en Josué, 10,11 que “Cuando iban huyendo ante Israel en la cuesta de Betorón, el Señor hizo caer sobre ellos una tremenda granizada hasta Azecá y murieron todos. Murieron más por las piedras de granizo que por la espada de los israelitas”

Los cinco reyes salieron corriendo y se escondieron en una cuerva. Josué los capturó, los golpeó, los mató y los colgó en cinco árboles.

Y sigue relatando el libro de Josué: “Aquel mismo día, Josué conquistó Maquedá y la pasó a cuchillo, consagrando a su rey y a todos sus habitantes sin dejar ni uno. Al rey de Maquedá lo trató como había tratado al rey de Jericó” (10,29)

“Desde Maquedá, Josué, con todo Israel, se fue a Libná y la atacó. El señor se la entregó también con su rey, y pasaron a cuchillo a todos sus habitantes sin dejar ni uno… (10,29)

De Libná fue a Laquis y misma operación. De Laquis a Eglón. De Eglón subió a Hebrón. Después volvió contra Debir. En ningún sitio dejaron un solo superviviente.

“Josué conquistó toda la tierra: la región montañosa, el Négueb, la Sefela y las laderas, derrotando a todos sus reyes. No dejó ni un superviviente, sino que consagró al exterminio a todos sus habitantes, como había mandado el Señor, Dios de Israel (Josué, 10,40)

Después de la conquista y aniquilación del sur, Josué hizo lo propio con los reinos situados al norte.

“El Señor había decretado que todas estas ciudades se obstinasen en atacar a Israel, para que así fueran consagradas sin piedad al exterminio y aniquiladas, como había mandado el Señor a Moisés (Josué, 11,20)

“Josué conquistó toda la tierra, como el Señor había dicho a Moisés, y se la repartió por lotes a las tribus de Israel como heredad. Y el país gozó de paz” (Josué, 11,23)

Eso de que gozó de paz es un decir. No hay más que seguir leyendo los siguientes libros (Jueces, Samuel, Reyes I y II…) para comprobar que no fue así. Israel siguió batallando durante todo el tiempo con los pueblos vecinos y a los que había robado la tierra. En realidad todavía siguen masacrando y robando a los palestinos.

Recuerdo que, en mi infancia, de educación nacionacatólica obligada, más o menos como hoy, no me contaron todas estas historias. La única que si me contaron fue la caída de las murallas de Jericó. Pero me la contaron, no como aparece en la Biblia, en el Antiguo Testamento, sino como un cuento que se centraba en el derrumbe de las murallas de Jericó al toque de las trompetas. Ni una gota de sangre, ni un muerto. Ninguna referencia al exterminio querido y ordenado por Jehová. Ninguna referencia al botín que obtenían de las ciudades asaltadas ni los robos de las tierras.

Por eso no hay que creer, sino leer, como decía Fidel Castro. Leyendo el Antiguo Testamento te das cuenta que Jehová, el dios del pueblo de Israel, no es ningún ejemplo.

Un dios de la ira, la violencia, el aniquilamiento y el exterminio. Me pregunto que de dónde vendrá tanta violencia como vomita las televisiones, más las privadas que las públicas. Y me contesto que, en gran medida, del mundo WASP (blanco, anglo-sajón, protestante; White Anglo-Saxon Protestant, en inglés) que coloniza la “cultura” occidental en la actualidad.

Una de las características de estos WASP es la xenofobia y el racismo. Despedimos esta entrega y despedimos a Josué con otra perla del Antiguo Testamento, del mismo libro que llevamos citando reiteradamente durante los dos últimos artículos.

Cuando era ya muy viejo y se despedía de su pueblo les daba consejos como el siguiente: “No os mezcléis con estos pueblos que aún quedan en medio de vosotros…” (Josué, 23,7)

Voltaire

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