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Opinión

Ya no más

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– Si quiero. 

Y esas fueron mis aciagas  palabras…

– Si quiero. 

Y esas fueron mis aciagas  palabras…

Tonta, ilusa, inocente…

Aquellas palabras tan solo abrían la puerta al infierno, a mi propio infierno… y el anillo, aquella alianza nueva, reluciente… las cadenas que me atarían y me esclavizarían a una vida de sufrimiento.

Deberíamos dejar muy  claro a que decimos  que sí.

No pensé nunca perderme en el camino y mirarme en el espejo, sin reconocer a quien me encuentro frente a mí, mirándome  con esos ojos tristes, carentes de vida, cargados de dolor  y cansancio.

 Que lástima chica, la apatía se hizo hueco en tu  mirada y tu sonrisa se volvió perezosa.

 “No eres tan risueña como antes, has cambiado” me dijo una vez mi hermana.

Esto me hizo pararme  a  pensar, pero tampoco le prestémayor atención y seguí con mi rutina en esa vida, en ese camino que yo misma había elegido.

Recuerdo que ante el cura, tuvimos que repetir que estaríamos en las buenas y en las malas, que nos respetaríamos y no sé cuántas promesas más.

Pero de hecho, tras todos estos años de matrimonio, el respeto se trastocó en miedo y el amor en sumisión y asco.

No me siento viva.

Me levanto, atiendo a los niños, hago las cosas de casa, trabajo y todo sin ilusión ni esperanza como el que lo tiene todo dado por perdido.

Nunca me pegó, no puso una mano sobre mí jamás, pero sus palabras eran tan hirientes como afilada hoja de navaja. La constancia en sus reproches, su malhumor y sus gritos iban calando poco a poco de manera insistente y permanente, hasta que me creí todas y cada una de las palabras que me dirigió.

“Te conozco mejor que tú misma” decía, “sé lo que piensas y lo que sientes” insistía una y otra vez… era para volverse loca.

Intentó moldearme a su antojo, era un invasor que pretendía anularme a toda costa.

No es cierto, me repetía a mí misma una y mil veces, yo no soy así y sé perfectamente lo que siento…y así, entre amargas lágrimas y malos momentos, comprendí que aquello no era amor.

Un día empecé a ver la luz, no podía aguantar  más aquella situación.

 ¿Por qué vivir así?

Acepté ser su mujer, sí, por amor, eso era lo único cierto, pero no acepté la alianza para que al cabo de los años se transformase en un pesado yugo que me oprimiera, convirtiéndome en un animal de carga.

Cierto que ante todo el mundo la etiqueta de “esposa de” me perseguía  y me identificaba ante todos y entonces fue, cuando mi ser individual quedó  anulado. Pase a ser madre de, esposa de, nuera de…etcétera.

Pero ¿y yo? ¿dónde quedaba mi voluntad…mi vida?

Morí… me esfumé.

Hasta hoy.

Los marcadores arrancan de cero. Vida nueva, pese a todo y a todos.

 Oídos sordos, se pierde tiempo oyendo a los perros que te salen ladrando en el camino.

 No, no importa cuánto ladren.

El camino es largo y hay mucho que hacer y que vivir.

La vida es mucho más que un hombre que te pega o te desvalora diariamente.

Atrás quedó todo lo que sobraba en mi vida… las palabras, que como pesadas lápidas iban sepultándome  día a día, sintiendo la vida tan solo en el inmutable latido de mis venas…sus exigencias sexuales… chantajeándome para satisfacer sus asquerosos instintos más bajos.

En mi soledad me volví a encontrar,” ¡qué alegría por Dios¡¡¡” me gritó una voz interior “¿Cómo aguantaste tanto?¿ por qué?”

Ya ves, la sociedad te empuja, te dirige, “eso se hace, eso no, eso está bien y eso otro no” pero nunca nos preguntamos que queremos  hacer y claro, pesa mucho el decir de los demás.

 Y mientras se hallan estas dudas en la cabeza, dando vueltas y vueltas como noria de agua, la vida se va, se apaga como débil llama casi extinta. Muere el amor, mueren las ilusiones y las ganas de vivir desaparecen para dar paso a la desesperanza y la tristeza.

Adiós a mi tiempo perdido, adiós a mi desgana de vivir…bienvenida seas de nuevo, a tu cuerpo que solo es tuyo y de la madre Tierra, bienvenida nueva vida, dura y difícil… perfecto, pero mía, solo mía, dueña de mi camino y de mis decisiones.

Viva y dueña de mi vida, como debe ser.

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