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Opinión

Crónicas del Antiguo Testamento. Jehová, dios exterminador (II)

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Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Digo tan solo lo que he visto.
Y he visto:
Que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos
Que el llanto del hombre lo taponan con cuentos…
Que los huesos del hombre los entierran con cuentos…
Y que el miedo del hombre
ha inventado todos los cuentos.
Yo sé muy pocas cosas, es verdad.
Pero me he dormido con todos los cuentos…
Y sé todos los cuentos.

León Felipe 

Ya hemos visto, en el anterior episodio, cómo se las gastaba Jehová. El diluvio universal sólo dejo a ocho personas vivas: Noé, su mujer, sus tres e hijos y sus correspondientes cónyuges. El exterminio fue total. No dejó más que a una familia.

A pesar de la brutalidad, puede decirse que Jehová no discriminó a ningún pueblo concreto, al eliminarlos a todos.

Cuando empieza el exterminio selectivo, continuado y a gran escala, es a partir de Josué. Jehová había establecido una “Santa Alianza” (lo de santa es un decir) con Abraham y con sus descendientes mediante la cual les daría en posesión las tierras al Este del Jordán, la tierra de Canaán, siempre y cuando los descendientes del patriarca que estuvo dispuesto a degollar a su propio hijo, Isaac, mantuvieran la fe, el culto, y la obediencia debida al ÚNICO y VERDADERO dios: Jehová.

Abraham engendró a Isaac cuando tenía más de cien años. Pero lo más raro es que lo engendró con su esposa Sara que tenía otros tanto y hacía rato que había pasado la menopausia. Esto se lo había prometido Jehová, que tenía la costumbre, como luego Cristo, de hacer todo tipo de trucos mágicos, milagros (como podrán comprobar, las noticias falseadas tienen un pasado bien largo) para convencer al personal de que no se trataba de alguien corriente, sino de alguien muy especial.

Los descendientes de Abraham, importantes a la hora de contar la historia de Israel, fueron Isaac, Jacob y sus doce hijos (Rubén, Simeón, Leví, Judá, Dan, Neftalí, Gad, Aser, Isacar, Zabulón, José y Benjamín) que formaron las doce tribus de Israel. O sea que Israel fue, desde el principio, como una federación (confederación más bien) de las doce tribus que no siempre estuvieron bien avenidas. En algunos momentos llegaron a haber dos reinos: la tribu de Judá tenía su propio rey y el resto de Israel otro rey distinto. La tribu de José fue conocida más tarde como la de Manasés y Efraim (hijos de José).

Jacob tuvo varios hijos más. Entre ellos un buen puñado de hijas. Pero las hijas no pintaban nada en cuanto a la repartición de herencias. Y en casi nada. La sociedad hebrea del AT era tremendamente patriarcal. De la Biblia nos viene una rama muy importante del patriarcado moderno que tanto está costando combatir. El predominio de los varones viene de muy atrás. Alcanzar la verdadera igualdad supone una verdadera revolución. Y como todas las revoluciones verdaderas, hasta hoy, cuestan sangre.

Jacob se aprovechó de su hermano Esaú y usurpó el derecho de primogénito. Dice la Biblia que por un plato de lentejas.

Como consecuencia de una lucha que sostuvo con dios (transformado en hombre) durante toda una noche, en la que salió victorioso, Jacob recibió, de Jehová, un nombre nuevo: «Israel», o «el que ha luchado contra dios y ha vencido». por esta razón todos sus descendientes se conocieron como israelitas. Jehová era un dios a quien ningún humano podía ver sin morir inmediatamente. Jacob o Israel, fue una excepción.

Pero vamos al grano. Y el grano es que en Canaán vivían ya otros pueblos: hititas, pereceos, jeveos, gabaonitas, guergueseos, amorreos, jebuseos, filisteos… y unos pocos más. Si el pueblo de Israel tenía que tomar posesión de las tierras y las ciudades donde vivían estas gentes, tenían que hacerlo robándoselas (¿les suena la historia?)

A sangre y fuego ocuparon Canaán. Con el estímulo, visto bueno, y el apoyo de Jehová.

La primera ciudad que tomaron, encabezados por Josué, bajo la batuta de Jehová, fue Jericó.

Jehová marcó la estrategia de la batalla y se la comunicó a Josué que actuó siguiendo, paso a paso, sus instrucciones. Los combatientes israelitas (unos cuarenta mil), y el resto del pueblo, se tiraron siete días dando vueltas a las murallas de Jericó. Por lo visto no respetaron el sábado, el Sabbat, que era día de obligado descanso (era uno de los acuerdos del contrato-alianza con Jehová).

Al mismo tiempo siete sacerdotes también daban vueltas con el Arca de la Alianza, acompañados por el sonido de las trompetas y el griterío de la gente, que lograron el portento de derribar las sólidas murallas. En primer lugar iban los soldados, luego los siete sacerdotes con sus trompas de cuerno de carnero y en la retaguardia el resto del pueblo.

Así relata la Biblia la caída de Jericó (JOSUÉ,6):

“Josué dijo al pueblo:

-Dad el grito de guerra porque el Señor os entrega la ciudad.

Sonaron las trompas. Cuando el pueblo oyó el sonido de las trompas, lanzó el grito de guerra y las murallas de la ciudad se derrumbaron. Entonces el pueblo asaltó la ciudad, cada uno desde su puesto, y se apoderaron de ella. Y consagraron al exterminio todo lo que había en ella, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, bueyes, ovejas y asnos, pasándolos a cuchillo

Y este caso de Jericó no fue la excepción sino la regla. Yo no sé si el dios verdadero será Alá, Cristo o Jehová o los tropecientos que en el mundo ha sido. Pero este Jehová no debería ser ejemplo para nadie por mucho que curas, monjas y demás clerecía, nos lo pongan como ejemplo.

Voltaire

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