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Opinión. Donald Trump no está loco, es un “showman” con ideología neoliberal y neoconservadora. Por Juan Segura

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Foto portada: Trump comparte una foto vestido de Papa hecha con IA

Hay muchas personas que creen que el actual presidente de los EE.UU. no está en sus cabales. No diré yo lo contrario. Lo que ocurre es que los que así piensan tienen que llegar a la conclusión de que hay, además, 77 millones de locos en EE.UU. Tampoco voy a decir yo lo contrario.

Muchos dirán que Hitler, Mussolini, Franco, estaban locos al igual que todos aquellos que les apoyaron. Muchos millones de alemanes, españoles, italianos…

Me parece mucho más razonable, mucho más lógico, achacar los comportamientos de todas estas personas, y no sólo la de los líderes, que solos no hubieran podido hacer tanto daño, más bien a sus creencias. Que muchas de estas creencias son lunáticas, insensatas, no es lo fundamental, lo fundamental es que son funcionales al capitalismo en su fase actual. Esa es la verdadera madre del cordero.

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Donald Trump y sus partidarios son la nueva versión del nazifascismo en nuestros días. Donald Trump es la cabeza visible del neoconservadurismo y del neoliberalismo yanqui-europeo. O sea, del neofascismo mundial.

Donald Trump es un capitalista inmobiliario que ve a la sociedad como una gran corporación empresarial, cuyo único objetivo es la rentabilidad, y debe ser dirigida por los amos del dinero. Esa lógica, individualista, competitiva y egoísta, se traslada a todos los sectores de la sociedad. A la sanidad, a la educación, a la economía, a la política.

Estudiemos, aunque sea someramente, un sector de los que estamos hablando: la educación. 

Esta se concibe como una empresa ‒ese es el planteamiento central del neoliberalismo‒ en la cual los magnates deciden el tipo de educación que se considera adecuado para los ciudadanos de Estados Unidos. Estos multimillonarios son enemigos de todo aquello que huela a justicia social y a derechos colectivos y en su agenda está destruir las instancias estatales que tengan algún papel mínimamente redistributivo.    

Trump está desmantelando el Departamento de Educación Federal, del que ha expulsado al 80% de su personal, con el argumento de que debe eliminarse porque la controlan “radicales, fanáticos y marxistas”. Este disparate ideológico no puede ocultar objetivos propios del neoliberalismo: reducción del aparato estatal, privatización y despido de gran número de trabajadores, con la mira en reducir costos y aumentar las ganancias de los empresarios.

Con el desmantelamiento de la Secretaría de Educación Pública se elimina el apoyo financiero a los estudiantes más pobres y de aquellos que padecen alguna limitación física o mental. Igualmente, se suprimen fondos para las universidades públicas con el prejuicio de que las universidades privadas lo pueden hacer mejor y se restringe el derecho a la libre expresión y a la difusión de ideas críticas sobre la sociedad estadounidense.

Se generalizan los bonos educativos destinados a que los padres matriculen “libremente” a sus hijos en las escuelas privada que les apetezcan. Otro componente neoliberal radica en preparar a los jóvenes para el trabajo y por ello los planes de estudio deben centrarse en la difusión de “conocimientos útiles”, promoviendo la enseñanza de STEM (Ciencia, ingeniería, tecnología y matemáticas), junto a un currículo “patriótico”, porque “en lugar de adoctrinar a los jóvenes con contenido racial, sexual y político inapropiado, que es lo que estamos haciendo ahora, nuestras escuelas deben ser totalmente reorientadas para preparar a nuestros niños a tener éxito en el mundo del trabajo”, ha dicho Donald Trump.

Hay que radicar de las escuelas la teoría de la evolución y enseñar el creacionismo. Hay que enseñar, desde la primaria, la supremacía del hombre blanco y por tanto cargarse la Teoría Crítica de la Raza fomentando el culto a los héroes blancos que hicieron grande a Yanquilandia.

Hay que volver a que todas las escuelas obliguen a rezar, todos los días, a todos sus estudiantes. Dicen estos neoconservadores que las actuales instituciones educativas “adoctrinan” en igualdad, solidaridad, respeto a las creencias ajenas, libertad de pensamiento y de cátedra. Con todo ello hay que acabar.

Hay que acabar hasta con las universidades privadas que no sigan su camino. Trump acaba de congelar 2.200 millones de dólares a la prestigiosa Harvard porque dice que tiene demasiados estudiantes y docentes a favor de Palestina y contra el genocidio de la entidad sionista. Dice que hay mucho antisemita.

Nada de todo esto es educar sino embrutecer a la población. Es significativo que el del “pelo de panocha” haya puesto como ministra de Educación a Linda Marie McMahon, empresaria de lucha libre. Embrutecer todavía más al pueblo estadounidense es el objetivo. Para ese fin no podía haber elegido a nadie mejor.

Linda MacMahon, de empresaria de la Lucha Libre Profesional a ministra de Educación de Estados Unidos.

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