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Morón

Opinión. Legitimidad política y poliética

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¿Qué ocurriría si la mitad más uno de la población mundial votara a favor de la destrucción de nuestro planeta Tierra? ¿Sería esto legítimo por el mero hecho de seguir un cauce legal, incluso un cauce democrático? Reflexionemos detenidamente sobre esta cuestión: ¿es legítima toda norma que se infiera de un sistema legal? Para los que piensen que sí, que 

¿Qué ocurriría si la mitad más uno de la población mundial votara a favor de la destrucción de nuestro planeta Tierra? ¿Sería esto legítimo por el mero hecho de seguir un cauce legal, incluso un cauce democrático? Reflexionemos detenidamente sobre esta cuestión: ¿es legítima toda norma que se infiera de un sistema legal? Para los que piensen que sí, que toda norma es legítima si es legal, deberían recordar los antecedentes de la IIª Guerra Mundial y la “Ley para solucionar los peligros que acechan al Pueblo y al Estado” de 1933 del parlamento alemán, conocida popularmente como “Ley habilitante”. Mediante tal disposición el parlamento alemán se hacía el harakiri y el régimen constitucional devino en el macabro fascismo que puso en marcha el holocausto que dejaría una mancha negra indeleble en el corazón de la humanidad, mancha que debería hacernos a todos volvernos hacia la reflexión humana y política.

De los dos ejemplos anteriores se deduce que lo “legítimo socialmente o legalmente” no tiene por qué ser “legítimo éticamente”. Por ello nos chirría la idea de que una norma dada social y legamente como lo sería la votación sobre la destrucción de la Tierra pueda quedar legitimada éticamente. La Política, para hablar con propiedad, ha de tener por criterio último al humano, y al humano en tanto que persona moralmente constituida, no meramente al individuo: el individuo es capaz de votar su propia autodestrucción porque es una mera cosa, un mero ente, la persona no. Ser persona es asumirse a sí mismo y a los demás como sujetos de derechos inalienables que de modo inherente constituye al ser humano por el mero hecho de serlo: derecho a la vida, a la libertad, a seguridad, a la libre opinión, etc. Son derechos que no pueden quedar ni siquiera a la entera disposición del ser humano, sino que son precisamente las líneas rojas sobre las que ha de construirse el orden social y político.

¿Qué ha ocurrido entonces en la política en los últimos cuarenta años? Principalmente la despolitización del sujeto y la pérdida de centralidad del Estado. La contraofensiva ultraliberal neocapitalista protagonizada por EEUU una vez desaparecido el ideario de los tres mundos tras la caída de la URSS ha desplazado la toma de decisiones políticas desde los Estados democráticos del llamado “primer mundo” hacia un gobierno trasnacional capitalista dirigido y tutelado por la hiperpotencia norteamericana. Esto ha provocado que los Estados hayan perdido capacidad de decisión sobre sus economías al quedar imbricadas en el mercado global, con la consiguiente globalización, y que los ciudadanos hayan perdido interés por la política, toda vez que ésta, a su vez, ha perdido capacidad de decisión dentro de su esfera estatal. Como ejemplo de esto se podría hacer hincapié ante el problema social de los desahucios, donde el gobierno central busca con más ahínco la protección legal del sistema económico a través de la defensa y de la seguridad del gran capital que de defender el pacto constitucional del derecho a una vivienda digna.

 

En definitiva la Política se ha convertido en mera gestión, y la figura del político en la de tecnócrata. De este modo, una vez perdida la transcendencia ética del asunto, la política se ha dejado por el camino al ciudadano hasta convertirlo en mero individuo, en el Homo economicus, debido a que esa Política que tenía por criterio último al ser humano se ha postrado complaciente ante el  renovado Capital financiero. Con ello cambian los fines y los medios, siendo la acumulación de riqueza ahora un fin en sí mismo y el individuo un mero medio para conseguir la estrategia diseñada por las élites de la plutocracia neocapitalista. La riqueza se distribuye en la sociedad, pero sólo lo imprescindible con el fin de que el sistema se retroalimente y vuelva a reproducirse generando acumulaciones y ganancias sostenidas para los dueños del mundo, para quienes detentan los puestos de dirección y gestión de las multinacionales, para quienes están detrás de Wall Street, de Nasdaq y de la Administración norteamericana; es el régimen el fundamentalismo del mercado y el régimen de las poliarquías. Un régimen ni democrático ni elegido sino impuesto coercitivamente a escala planetaria, y donde la redistribución social de la riqueza vuelva a ser un medio para que vuelvan a ganar las élites económicas, pero no un fin en sí mismo.

¿Qué hacer en este escenario donde la economía se parece a la concepción de Dios que tenía el teólogo renacentista Nicolás de Cusa, una economía al igual que un Dios cuyo centro está en todas partes pero su circunferencia en ninguna? En primer lugar poner de relieve el cambio de significante que se ha dado en los últimos años en la teoría filosófica-política para referirse a la Política. Así, cuando se tenga una concepción de la misma en la que el criterio rector o el fin haya de ser el ser humano nos referiremos a ella con el término “Poliética”. Mediante el uso de este concepto se podrá vislumbrar con mayor nitidez la diferencia entre una legitimidad meramente legal –y, por ende, en muchos casos, encubriendo o justificando el poder de las fuerzas neocapitalistas, lo que podría seguir denominándose Política a secas- y por otro, una legitimidad ética, cuando valores democráticos como dignidad, libertad y autonomía moral sean conferidos al ser humano sin ningún tipo de paliativos o condicionantes. La fuerza emancipatoria de lo que desea significar la Poliética pretende ayudar a alzar la voz de unos ciudadanos que desean que se les devuelva todo el poder que el estatalismo y el capitalismo les han arrebatado. Porque el mundo y las cosas son de los humanos, y no a la inversa. Y no sólo de algunos humanos, sino de todos aquellos que tengan voluntad de velar y hacer mejorar la estancia en la vida del ser humano con fin último.

Pero toda reflexión seria tiene sus consecuencias, sus contraprestaciones. La nuestra será la de ser honestos con nosotros mismos y pensar hasta dónde estamos dispuestos a dar para alcanzar una Justicial Social equitativa, para implantar la Justicia, virtud social por excelencia, en el seno mismo de la humanidad. Solo quienes pretendan ser y sentirse ciudadanos y ciudadanas del siglo XXI, solo aquellos que confíen en la dignidad, la honestidad, la fuerza, el temple y la virtuosidad de la raza humana serán capaces de preguntarse por las causas de este mal endémico que parece manifestarse en una suerte de implacable sinsentido de la vida y del esfuerzo que nosotros, occidentales modernos a quienes pertenece el presente, sabemos falso y artificial. Un mal social que genera hastío, infelicidad, alienación, dominación e insatisfacción por doquier. Un mal social que se halla instalado en medio de las sociedades materialmente más ricas del planeta, unas sociedades de abundancia tecnológica y consumista donde pareciera que hubiéramos dejado en el camino nuestra identidad y nuestra relación con el mundo y sus sociedades humanas, con los sentimientos, los proyectos, las artes, la cultura, el cuidado de sí mismo y de los otros. Un mal social, en definitiva, que se ha colado en la escena de los países ricos precisamente cuando se olvidaron del diálogo de cada uno consigo mismo y con los de su entorno.

Para revertir lentamente el presente hay que comenzar por ir adentro de uno mismo y preguntarse si el orden jerárquico de lo que se desea es el correcto, es decir, si el cultivo de ciertos valores sociales, de perspectivas humanitarias, de conductas no ultraconsumistas o de muestras de civilidad desinteresada tienen más peso que el llevar una pobre vida de rico mediocre. Las soluciones no están dadas, pero sólo hay un camino para salir de la inmunda realidad actual y del inhumano, aunque coloreado, juego del capitalismo como fin en sí mismo: de la persona hacia la sociedad y desde ésta a las personas. La economía es un factor esencial del humano, tan vieja como él mismo. Pero como medio. Los fines son las vidas dignas de las personas. Las vidas únicas e irrepetibles de cada cual.

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Alejandro García Morato

Estudiante del Grado en Filosofía en la UNED

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