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Opinión

Guardiola y el búnker

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La candidata del PP a la Presidencia de la Junta de Extremadura, María Guardiola, alza una bandera a su llegada a realizar el seguimiento de la jornada electoral en la sede del PP de Mérida, a 28 de mayo de 2023, en Mérida, Badajoz, Extremada (España).- Jorge Armestar / Europa Press

Hace ya casi un mes que María Guardiola perdió las elecciones en Extremadura. El PSOE de Fernández Vara, aplastado por el cansancio de la gestión, adelgazó seis escaños, pero aún rebasa al PP por un exiguo 1%. Todo el mundo lo habría dado por ganador si no hubiéramos sacado la calculadora de las coaliciones. La suma de PP y Vox supera en un diputado a la suma de PSOE y Unidas por Extremadura, de modo que la prensa selló sus titulares con la palabra «derrota». La derrota del PSOE. La normalización de la extrema derecha es precisamente eso: aceptar sin torcer el gesto que los diputados ultras intervienen por derecho propio en la configuración de las mayorías.

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Pero el asunto se ha torcido. El pasado martes, durante una comparecencia en la Asamblea de Extremadura, María Guardiola se despachaba contra Vox con un discurso encendido que ha llegado a los rincones menos pensados de las redes sociales. En las páginas de El Mundo, Jiménez Losantos la tiene por «una chusca parodia de Podemos» mientras que La Razón le pide a Vox que recapacite y deje de exigir consejerías donde no le corresponden.

Buena parte de la izquierda digital, en cambio, celebra el tropezón extremeño y hasta canta las alabanzas de Guardiola, la nueva Juana de Arco, icono germinal del feminismo, partisana de esa derecha moderna y cabal que España pide a gritos.

Dice Guardiola que no puede franquear las puertas de su gobierno a aquellos que niegan la violencia machista, usan el trazo gordo, deshumanizan a los inmigrantes y arrojan a la papelera la bandera LGTBI. Ovación cerrada. Guardiola for president. ¿Dónde hay que firmar?

El problema, claro está, es que ese retrato de Vox suena a cuento de Perogrullo. Habrá quien arrugue el gesto y se pregunte por qué Guardiola se ha caído de un guindo precisamente ahora que negocia su propia investidura. ¿Acaso no se percibe a la legua el hedor de la chamusquina? ¿Cuánto hay de realidad y cuánto de arte dramático?

Dice Epicteto que la vida es una representación en la que todos somos actores y no podemos elegir nuestro papel sino el modo de representarlo. «El gran teatro del mundo», lo llamaba Calderón. Si la vida es una comedia o un drama, ¿qué otra cosa puede ser la política institucional? ¿Qué son los parlamentos, con su estructura anfiteatral, sus cómicos sobreactuados y su público devoto? Hoy que jugamos con afán perogrullista, habrá que recordar que María Guardiola no es Carlos Mazón ni Extremadura es la Comunidad Valenciana. A Guardiola le falta un suspiro, un penúltimo empujón para superar al PSOE y acariciar por sí sola la mayoría absoluta. ¿Qué tal si repetimos las elecciones?

Gobernar con Vox no es un plato de buen gusto ni siquiera para los líderes más cavernarios del PP. Diría que no les duele tanto perder la centralidad como tener que compartir el pastel. Barones como Mañueco han aprendido a soportar las extravagancias ultras haciéndose los longuis o culpando al PSOE para jugar al despiste. El gran inconveniente, no obstante, es renunciar a parcelas de gestión, altos cargos, salarios, dietas, redes de control y prebendas clientelares. Cuantos más somos, a menos toca.

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El objetivo de Génova no es gobernar con Vox sino gobernar en solitario, regresar a los tiempos felices del bipartidismo y olvidar los malabares discursivos y los repartos de consejerías.

Guardiola no quiere seguir la senda de Mañueco y Mazón porque tiene números para aspirar a una senda más holgada y confortable, la de las mayorías absolutas de Díaz Ayuso y Moreno Bonilla. Las mismas matemáticas operan en Murcia, donde Fernando López Miras necesita crecer tan solo un par de escaños para gobernar en solitario. La referencia más inmediata de Guardiola es Juan Manuel Moreno. El presidente de la Junta de Andalucía perdió las elecciones autonómicas de 2018 frente a un PSOE que lo superaba en siete escaños. Sin embargo, la prensa dio por derrotada a Susana Díaz porque todo el mundo entendió que Vox y el PP jugaban en el mismo equipo. Ahora, entre guiños a García Lorca y a Blas Infante, Moreno gobierna y privatiza sin rémoras ultras.

Con la misma estrategia que ahora ensaya Guardiola, el PP de Andalucía duplicó sus votos en los comicios de 2022 y ganó 32 diputados que terminaron por enviar a Macarena Olona a hacer santísimas gárgaras.

Moreno apeló en campaña a la moderación y trató de seducir a los votantes izquierdistas con cantes jondos de sirena: «Algunos me van a prestar su voto para que sea el dique de contención contra Vox». A los hipotéticos votantes de Olona, en cambio, los sedujo en nombre del voto útil: «Estar por encima de todas las fuerzas de izquierdas juntas posibilita que yo pueda gobernar en solitario». Ahora, desde la calma numérica que le dieron las urnas, el PP hace fuerza con Vox para arruinar Doñana con la ley de regadíos. Jaque mate.

No hay nada como arrimarse a un reducto extremista para después teatralizar las diferencias. Los muñidores de la Transición lo saben de siete sobras. A Juan Carlos I, Adolfo Suárez y otros popes franquistas les bastó escenificar sus distancias con los viejos diplodocus del Caudillo para seducir a los demócratas más asustadizos.

El búnker era una cofradía ultra que renegaba de las reformas y que cumplió una función trascendental de legitimación para los tecnócratas del franquismo. En comparación con Blas Piñar y las momias de El Alcázar, hasta los más serviles peones de la dictadura terminaron pasando por empedernidos demócratas.

Guardiola no quiere acoger en el gobierno a los machistas, racistas y homófobos de Vox, pero no tuvo inconveniente en ofrecerles la presidencia del Parlamento.

¿Por qué la dirigente del PP extremeño salió el 28 de mayo a celebrar el cambio? ¿Con quién pensaba sumar la mayoría que las urnas no le dieron si no es con Vox, que niega la violencia machista, usa el trazo gordo, deshumaniza a los inmigrantes y arroja a la papelera la bandera LGTBI? La izquierda ha levantado con razón el miedo a la ultraderecha y ahora la derecha tradicional recoge los frutos vestida con el ropaje inverosímil de la sensatez y la prudencia.

Eso sí que es teatro y no lo de Calderón.

JONATHAN MARTÍNEZ

Periodista

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