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Se ha ido Antonio Romero
Comunista sin condiciones, excepto la de no dejar de luchar
Mundo Obrero
Se ha ido Antonio. Un revolucionario inteligente, alegre y tenaz. Pero se ha ido sabiendo hacer las cosas: Antonio se ha ido quedándose, y vivirá mientras lo recordemos. Recordar es pasar de nuevo las cosas por el corazón. Ese corazón con neuronas que era Antonio Romero.
Carmen Morillo, su compañera, no solía ir por detrás, o al lado: generalmente iba por delante, con su actitud roja, verde y violeta. Un fuerte abrazo, amiga.
Medio siglo de amistad y lucha conjunta. Nos conocimos debajo de una bandera que no hemos soltado, esa bandera que remendábamos incesantemente, mientras en muchas ocasiones si iba rompiendo por otro lado. Era nuestra especial versión de Sísifo. Sin dejar de creer en el mismo proyecto: el mundo va a cambiar de base.
Se ha ido también un turbodiputado, incansable, valiente, sin miedo a la libertad ni a la verdad. Los pasillos del Congreso no eran lo mismo cuando él los dejó. Ganó las elecciones para la alcaldía de Málaga, de la que fue “alcalde moral” al no poder superar el veto proveniente de las alturas de la casa común: no podían hacer alcalde a quien no se rendía, a quien no pensaba abandonar esa antigualla de la hoz y el martillo, a quien no pensaba militar en las filas del capitalismo “moderado”. A quien había dicho cosas imperdonables sobre el jefe de los jefes.
Antonio se recorrió veinte veces Andalucía, por no citar otros viajes. Y defendió la personalidad histórica, al nivel de vascos, catalanes y gallegos, de la tierra de Blas Infante y de Manuel José García Caparrós.
Su capacidad comunicativa era proverbial. Todo un jornalero andaluz sabiendo siempre lo que hay que decir y cómo hay que decirlo. Y era famosa la cooperativa que logró construir, entre política y periodismo, con muchos profesionales del Congreso, sin aceptar nunca que la mentira bien dicha equivale a la verdad, sin resignarse a aceptar como verdad lo que a diario se vierte en los telediarios de máxima audiencia, esos que no tienen refutación posible. Pero Antonio no dejó de estrellar pelotas en el muro, con alegría y astucia, desde la fidelidad de clase, desde la pertenencia a las revoluciones invencidas de todos los obreros del mundo.
Para él la creación en 1984-86 de Izquierda Unida era la puesta en pie de un objeto político de tecnología punta. Un objeto basado en la unidad de la diversidad. Y uno de esos diversos, ni más arriba ni más abajo que otros, era el PCE, el de la bandera roja, el de Dolores, el de Pepe Díaz.
El de los luchadores anónimos a muchos de los cuales, pueblo a pueblo, conocía por su nombre, en principio como secretario general de CC.OO. del campo, y siempre como dirigente y/o diputado andaluz o del estado, en nombre del fantasma glorioso de Marx y Lenin.
No siempre hemos coincidido en el debate, sí en la lucha, desde el escaño o desde la barricada. Un día incluso, uno detrás del otro, dimos, allá por los 80, un mitin desde el púlpito de la iglesia de Teba, animando una marcha de obreros agrícolas dirigida por el “comandante” Juan Antonio Romero, el de Badolatosa, gran amigo de Antonio y compañero de batallas.
Inteligencia, alegría y atrevimiento. Quizás sean los “modos” que mejor definían la vida sublevada contra el poder de Antonio Romero. Incansable, leal hasta el agotamiento. Comunista sin condiciones, excepto la de no dejar de luchar.
Ahora se ha ido, saltando a un vuelo sin límites desde el centro de Andalucía. Hasta pronto, Antonio. Espero que no sea demasiado pronto, pero es indudable que volveremos a juntarnos. ¿Qué tal un frente amplio con ese ángel caído que se sublevó contra el poder?