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Opinión

Cerca del Castillo. «CAMAREROS». Por Paco Pavía

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A la mayoría de los seres humanos le gustan los bares. Si preguntásemos a la población, seguramente los considerarían esenciales…..

_A la mayoría de los seres humanos le gustan los bares. Si preguntásemos a la población, seguramente los considerarían esenciales.

 

El oficio del que vivo desde hace  más de 30 años, no  iba a quedar sin reflexión desde “Cerca del Castillo”.

 

 

Desde pequeño, siempre he observado a  los moradores de detrás de los mostradores;  lo más habitual es que los taberneros tengamos la cara de un limón agrio o la del que le acaban de poner una multa. Incluso alguna vez he pensado  organizar en mi pueblo “la ruta del camarero zaborío”.

 

Si quieres saber quién se ha muerto, quién está enfermo o quién  ha sido infiel … llégate a un bar y enseguida lo averiguarás. No sólo desde dentro del mostrador, sino también por la flojera de lengua que entra después de tomar varias copas.

 

Pero en honor a la verdad, hay que decir que el mal humor de los trabajadores cercanos a los grifos de cerveza o a las máquinas de café, también tiene su “poquita de explicación”. Ahí van algunas razones que creo que influyen:

 

-Lo primero son las largas jornadas de trabajo, el cansancio y lo mal retribuido que está el personal. Súmale las varices y los dolores variados que surgen por los mismos movimientos a lo largo de los años.

 

-Corta el rollo tela  limpiar  la mierda de los perros que los cerdos de sus amos dejan en las puertas y paredes, antes siquiera de empezar a trabajar.

 

-Usar el “por favor” o el “gracias”, no es lo más usual.

 

-Pedir las consumiciones de grandes reuniones por goteo, también tiene guasa.

 

-Que nos llamen chasqueando los dedos, con un silbido o con palmaditas, son sapos que tenemos que tragar muy asiduamente.

 

-Los niños “maleducados” dando la brasa, también tienen  una “pechá corré”.

 

-Limpiar los cuartos de baño por diversas “emergencias etílicas o traídas de casa”, tiene miga.

 

-Que una reunión pida todas las consumiciones juntas y luego se paguen por separado, también tiene “mandanga”, ya que siempre se queda algo colgado y todo el mundo tiene la carita de decir al marcharse: “Yo no he tomado eso”. Al final se queda el más buena gente del grupo, a pagar los piquitos que faltan.

 

-Hay “jartibles” que no intuyen y obvian que es hora de cerrar, aunque vean una escoba o una fregona y además insisten cansinamente sin pudor ninguno pidiendo otra copa, aunque se les diga: ¿“Ustedes no tenéis casa”?  En esos casos, verter lejía pura  en el suelo es muy efectivo.

 

-Practicamos el psicoanálisis gratuitamente a la clientela y encima aguantamos al personal cuando están más “sinceros etílicamente” que nunca.

 

-Si atiendes en un día a 50 personas y alguna tiene un mal gesto o un mal momento,  tienes que estar siempre “a la altura”. Pero si eres tú el que falla alguna vez, pierdes el cliente y te cuelgan el “sanbenito” en un segundo.

 

Trabajar ebrio es muy difícil, pero hacerlo sobrio, ya te digo yo que es imposible.

 

 

Desde que surgió esta pesadilla del Covid, las primeras medidas políticas siempre han comenzado por restricciones horarias en  hostelería, siendo de los sectores más castigados económicamente. Pero la clientela se ha desplazado a  casas, chalets, cocheras, etc… para  festejar particularmente o  realizar botellonas espontáneas, ya que por mucho virus que circule, a los  que le guste el “mollate”, no van a dejar de beber.

 

Los grandes supermercados están haciendo su agosto con las bebidas  que se han dejado de consumir en los Bares.

 

Pero hay algunas cosillas que al  hablarlas con otros compañeros del sector, hemos coincidido en que no están tan mal.

 

Por ejemplo, desde que no se  pueden acercar los clientes a la barra por motivos epidemiológicos, muchos tasqueros hemos sentido alivio por no aguantar el coñazo del que dá la ta-barra.

 

Otro adelanto es que nos preguntan:  ¿dónde nos sentamos? o ¿dónde nos ponemos?  Ahora somos los camareros quienes acomodamos: no es la clientela la que mueve mesas, sillas, abre o cierra ventanas o  cambia sombrillas de lugar a su antojo. Esto ha sido un “avance” para los trabajadores de la hostelería.

 

Este virus ha traído una epidemia de cortesía inusitada.

 

Todo lo escrito hasta ahora, se refiere a  bares tradicionales  que sirven en barra o  mesas, donde se habla cara a cara con los clientes.

 

 

Es otra película para el personal que trabaja en un self service o buffet, aquí el contacto con el cliente es mínimo: sólo se repone la cadena de comida,  se habla por un altavoz o se recogen y limpian las mesas sucias. Son normalmente áreas de servicio o centros comerciales, donde se habla un momento con alguien frente a una caja registradora para pagar a priori, algo que todavía no te has comido ni te has bebido y que si no te gusta, no tienes ni con quién discutirlo. Como dice el gran camionero-pensador Manuel Mata: “En la carretera ya no hay ventas donde dejar fiao”.

 

 

Pero si lo pensamos bien, los camareros son personas a las que  pedimos cosas, y … nos las traen, y eso tiene su mérito.  La expresión : “por pagar tengo derecho a …”, no sirve para todo.

 

La mayoría de las veces la relación camarero-cliente sale bien, lo que pasa es que un desliz o resbalón en el trato, se recuerda y llama más la atención  que mil servicios buenos.

 

Y… ¡¡¡ cómo suena la música en directo en un bar cuando es con valor de uso, pagando el músico su propia copa !!!, eso no lo tiene ni el Carnegie Hall .

 

Valga este pequeño reconocimiento a los que  nos ponen un café, una cerveza, una tapa o una copa en estos tiempos raros de cientos de normas que no hacen más que separarnos.

 

Salud  y …  ¡¡¡ NOS VEMOS EN LOS BARES !!!

 

Morón,  4 de Diciembre del inolvidable 2020.

 

 

 

 

 

 

 

 

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