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Opinión

Julio Anguita, un comunista

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Nunca muere quien ha dejado imborrable huella entre su pueblo, quien forma parte de la historia.


  • –>Su defensa del programa político y la elaboración colectiva como ejes de cualquier construcción de unidad popular es hoy un método unánimemente aceptado en la izquierda transformadora.


 


 


 


 


Hoy 16 de mayo de 2020 ha fallecido nuestro camarada Julio Anguita, quien desde hace años era patrimonio de toda la izquierda, en España y fuera de nuestras fronteras, además de ser el mejor representante de la coherencia y firmeza de los comunistas.






Julio se convirtió en un referente para multitud de personas por su inmensa coherencia política y personal, su honradez, sobriedad y su claridad de ideas.






Su entrega a nuestro pueblo fue permanente desde joven, como militante comunista y desempeñando ejemplarmente distintas responsabilidades: alcalde de Córdoba, secretario general del Partido Comunista de España, coordinador general de Izquierda Unida y fundador del Frente Cívico. Maestro por profesión, vocación y compromiso político, gracias a él varias generaciones de jóvenes se han incorporado a la lucha política en defensa de la clase trabajadora. Desde los años 80 toda la izquierda hemos aprendido con sus propuestas, que han orientado las reivindicaciones populares durante décadas. Todo nuestro pueblo y, en especial, los y las comunistas hemos tenido el inmenso privilegio de disfrutar con sus vibrantes y lúcidos discursos, señaladamente en la anual Fiesta del PCE. Fue en la madrileña Casa de Campo donde pronunció el ya histórico discurso de 1996 anunciando que el PCE daba por roto el pacto de la transición por el incumplimiento, por parte de la oligarquía económica y las fuerzas políticas neoliberales y de la derecha, de los compromisos para la garantía de los derechos sociales y económicos para todo nuestro pueblo incluidos en el texto de la Constitución.






Julio Anguita ha sido el mejor secretario general que nunca haya tenido ni podrá tener el Partido Comunista de España. Una persona coherente, fiel a sus principios y anhelos, que no eran otros que los del socialismo y el comunismo. Porque era profundamente dialéctico nunca fue ortodoxo sino radical, buscando las raíces de los problemas y construyendo propuestas alternativas: el programa, programa, programa.






Su defensa del programa político y la elaboración colectiva como ejes de cualquier construcción de unidad popular es hoy un método unánimemente aceptado en la izquierda transformadora. Denunció incansablemente el horror de las guerras, resultado de las políticas imperialistas del capitalismo, solo interesado en apropiarse de las riquezas y recursos naturales de todo el planeta sin respetar la soberanía de los pueblos donde se encuentren. Y fue la primera voz que se alzó denunciando lo que entrañaba el Tratado de Maastricht, la “constitucionalización” por la Unión Europa de las políticas neoliberales, la renuncia a la construcción de políticas europeas de redistribución de la riqueza y la imposición a todos los pueblos de las políticas monetarias de los países más ricos y los centros de decisión del capital europeo.






Siempre defendió la política de convergencia, la construcción de unidad popular y la suma de los esfuerzos de todas las personas que queremos acabar con este cruel sistema capitalista y crear un sistema socialista. Primero lo hizo impulsando Izquierda Unida hasta convertirla en el movimiento político y social referente para toda la izquierda alternativa europea. Y hasta hoy continuaba haciéndolo, animando y apoyando la puesta en marcha del proyecto de unidad de los demócratas y la izquierda que hoy representa Unidas Podemos, espacio que impulsó, defendió y apoyó abiertamente hasta el final de sus días.






Anguita nos enseñó que la unidad es no solo posible sino imprescindible para los que no tenemos más armas para cambiar el mundo que nuestro trabajo. Nos llamó insistentemente a unirnos en torno a un programa que garantizara la vida digna de las clases trabajadoras y de todas las personas. Y defendió que ese programa ya existía, que la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada por la humanidad gracias a la derrota del nazi fascismo en 1945, contenía las medidas necesarias para construir la sociedad justa y sin desigualdad que reclama el movimiento comunista internacional desde su nacimiento.






EL ENEMIGO PRINCIPAL






Sus palabras, sus propuestas, su trabajo, han sido muy peligrosas para el régimen del 78 surgido tras la muerte del dictador. Cuando se convirtió a finales de la década de los 80 del pasado siglo en el político más valorado por los españoles, fue convertido por la oligarquía en el principal enemigo a batir. Había que acabar con Anguita a cualquier precio. No podían permitir que se convirtiera en el político de izquierdas más votado, que accediera al poder institucional que podría abrir las puertas a que Izquierda Unida conquistara el poder real del Estado.






Nunca se ha conocido en España una campaña tan brutal y despiadada de desprestigio y ataques contra un líder político como la que padeció Julio. Durante meses, bastaba abrir un periódico, prender la radio o escuchar una tertulia política en televisión para que una cascada de insultos y descalificaciones contra Julio se vertieran sin límite ni mesura alguna, sin más justificación ni finalidad que acabar con el torrente rojo que representaba. Y en esa alianza contra el hilo rojo se conjuraron tanto los medios de comunicación de los grupos más conservadores como aquellos que se decían progresistas, como todo el entramado de comunicación de PRISA.






Tanto ataque multiplicó también las deslealtades y el oportunismo de los aduladores y mediocres que, ante el acoso a Julio, no quisieron entender que era una obligación cerrar filas contra la brutal ofensiva política de los servidores del capital. Algunos y algunas tuvieron la increíble osadía de llegar a creerse intercambiables con Julio Anguita y más útiles para la izquierda y nuestro país que el maestro cordobés. No es de extrañar que tanta mendacidad y mala fe causara daños irreparables en el corazón de Julio, daños que terminaron por apartarlo de la vida política activa. Como decía su admirado Carlos Cano, “mi pobre corazón de tantos desengaños se paró”.






Julio siempre siguió trabajando, siendo inmensamente útil a nuestro pueblo y a su Partido hasta el último momento, fiel a esa clase obrera que es el único motor de la historia. Siempre enseñándonos, asumiendo nuevas responsabilidades, mostrándonos nuevos caminos cada vez que creíamos que se cerraban los que pensábamos que eran los únicos, obligándonos a pensar en el bien común.






Hoy Julio ha abandonado la vida material pero desde hace tiempo no podía morir. Nunca muere quien ha dejado imborrable huella entre su pueblo, quien forma parte de la historia. Nos deja tantas enseñanzas que ya es eterno. Descansa camarada, lo tienes bien merecido. Te acompaña nuestro inmenso agradecimiento.



 

Enrique Santiago, Secretario General PCE. Mundo Obrero


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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