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Opinión

Vivir en un pueblo. Por Elsa Fernández

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Vivir en un pueblo puede que te corte alas para volar más alto, o simplemente te haga invisible ante los citadinos….

Vivir en un pueblo puede que te corte alas para volar más alto, o simplemente te haga invisible ante los citadinos.

 

Vivir en un pueblo tiene la virtud que eres persona llamada por tu nombre, al transitar sus calles, no solo de puertas adentro en tu hogar.

 

Que puedas caminar en un trazado geográfico que desde pequeña te aprendas de memoria, que se conviertan en recuerdos nítidos o los veas al cerrar tus ojos, los bancos del parque, los árboles que se plantaron en las aceras.

 

Vivir en un pueblo, es tener amigos que van y vienen, aunque te encuentres aún en la quietud de tu tiempo, que los veas en época de  vacaciones, ceremonias, o simplemente en los bares donde ellos acuden a disipar nostalgias contenidas, desde sus ciudades capitalinas.

 

 

Es contener suspiros de sueños que desde niño te rondaban como ángeles en tu cabeza, pensando en surcar mares, desandar rutas desconocidas.

 

Pero también, es estar al abrigo del nido que te vio nacer, de manos que se alargan para saludarte, sonrisa en rostro, o labios que con emotividad besan tus mejillas.

 

 

Vivir en un pueblo no es solo quedarte inmóvil en él, es salir recorrer nuevos paisajes y regresar con ansias de tu vida cotidiana, es deleitarte con los sonidos, que estando ausentes, añoras, con la fragancia que te trae el viento y lo necesitabas.

 

Es ver tus raíces, es contemplar tus retoños crecerse, multiplicarse y llenarte de alegrías, es no olvidar, ni que te olviden, que no se disipe como humo, tu silueta, al andar por sus callejuelas, o cuando te alejes definitivamente como persona.

 

 

Vivir en un pueblo, no es un país grande, pero es tu planeta, sin olvidar que existen más pueblos, más personas, que compartes el sol de cada día, o la  inmensa luna nueva, que en todas partes inspira a los creadores, o ilumina a los enamorados de la vida y el amor.

 

Que me digan pueblerina, no me ofende, me enaltece, porque vivir aquí ha sido reto, no resignación, sino disfrute, goce, porque a la gran ciudad voy vengo, pero a ella nada me ata, en tanto en mi pueblo no me consume la triste nostalgia, ni  estoy por resignación, sino porque he querido estar en él, ser protagonista de sus conquistas junto a los que construyen, aman y seguirán soñando.

 

Quiero y admiro a la gran ciudad que es mi capital, la de todos los que nacimos dentro de sus fronteras, orgullo siento de ella, la miro, la contemplo, la disfruto, pero no he querido plantar mi casa en ella, porque estoy convencida que sin mi pueblo no sería el árbol que soy hoy.

 

Aquí me tienes, pueblo mío, a tu vera, para cantar tus alegrías, para llorar tus penas, para festejar tus triunfos, para hacer que nunca mueras.  

 

 

 

 

 

 

 

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