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Opinión

La generación menos revolucionaria de la Historia de España

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Opinión. ¿Por qué casos como el de Rita Maestre son visibilizados al máximo por la maquinaria de marketing de la “política del cambio” y casos tan sangrantes como el de Alfon y otros muchos…

Opinión. ¿Por qué casos como el de Rita Maestre son visibilizados al máximo por la maquinaria de marketing de la “política del cambio” y casos tan sangrantes como el de Alfon y otros muchos son casi sentenciados al olvido? , se pregunta el autor.

En el juicio que se ha celebrado este jueves contra Rita Maestre por su participación en una protesta del 10 abril de 2011 en la capilla de la Complutense, la concejal del Ayuntamiento de Madrid ha declarado que “el objetivo no era ofender a nadie”. Al parecer, durante la protesta algunas mujeres se desnudaron de cintura para arriba, mostrando sus pechos, al tiempo que proferían eslóganes a favor de la liberación feminista e improperios de todo tipo contra la gran empresa católica. “Un torso desnudo no puede ofender a nadie”, se ha excusado Maestre implorando la misericordia cristiana.

No obstante, desde el respeto que tengo a la soberanía de la mujer sobre su propio cuerpo, uno no puede evitar preguntarse: ¿qué tiene todo esto de revolucionario? ¿De qué forma unos pezones ponen contra las cuerdas a la Conferencia Episcopal para que renuncie a sus privilegios y su poder en España? De ninguno ¿Y el machismo? ¿Cómo arrinconan al machismo con sus tetas las tan publicitadas FEMEN? ¿De qué modo ayuda al movimiento feminista orinar en la Gran Vía de Murcia, como hiciera Águeda Bañón, directora de comunicación del Ayuntamiento de Barcelona?

Por otro lado, y sin estar de acuerdo con este tipo moderno de métodos de lucha contra el orden cultural establecido, ¿alguien cree que se puede producir un cambio significativo en una sociedad oprimida sin, como mínimo, ofender a los opresores? Que Rita Maestre haya telefoneado al Arzobispo de Madrid para pedirle disculpas pone de manifiesto el punto de sumisión al que hemos llegado los trabajadores en España. O, en palabras de Julio Anguita: supone el nacimiento de una moral de esclavo.

“Vistas las consecuencias, nadie haría una cosa así, porque nos estamos enfrentando a un proceso penal”, asegura Maestre en la actualidad. Se puede entender que a la luz de todo lo que está ocurriendo, no merezca la pena enfrentarse a un año en la cárcel por una “chiquillada” como la que nos ocupa, pero no es menos cierto que la práctica de la desobediencia civil pasa por llevar a cabo esos actos de resistencia pese al castigo que el Estado impondrá al desobediente. ¿Se puede ser tan de izquierdas y a la vez tan dócil? No lo sé, pero Salvador Allende diría que estamos ante una contradicción hasta biológica.

Más sorprendente aún me parece la actitud de los fans de Podemos y sus franquicias ante estos sucesos. Porque en su alto grado de libertad de pensamiento, su clarividencia y su superior estado de conciencia frente al resto de los mortales, ¿cómo es posible que se indignen tantísimo por la persecución de una joven por parte del Estado confesional Español y al mismo tiempo acepten tan ricamente el “¡Bravo, Bergoglio!” de Pablo Iglesias, en lugar de exigir activamente a sus líderes todo tipo de denuncias contra los privilegios con que cuenta la franquicia española de la Santa Sede? Por poner unos pocos ejemplos: el Concordato, la asignación mensual de más de 13 millones de euros recogida en el BOE, la financiación anual a través de la declaración de la renta… Y dado que este caso no es la única muestra de sumisión al status quo de los abanderados del cambio, ¿cómo es posible que el movimiento político encabezado por Iglesias, Ada Colau y Manuela Carmena, en su política de pose y gestos de cara a la galería, sea aún considerado seriamente como un proyecto de transformación social?

Sin duda, la estrechez ideológica en la que nos ha educado la Transición ha debido reducir muchísimo la amplitud del concepto de cambio que, en general, tenemos en mente (la idealización de estas nuevas opciones políticas ya la completan los medios de comunicación de la derecha al grito de “¡que vienen los rojos!”). Respecto a cómo gestionan la cuantía y el destinatario de nuestra indignación mediante una agenda que está presente tanto en medios de comunicación como en redes sociales, reproduzco la respuesta que me ha ofrecido un conocido:

Con la Falacia del Hombre de Paja han fagocitado a todos los opositores. Mediante esa Falacia del Espantapájaros se tergiversa un argumento para que sea más fácil atacarlo. Para ello se crea una posición sencilla de refutar, y ésta se atribuye al oponente de modo que pueda atacársele más cómodamente. Lo ficticio subsume lo Real y no se mueve de ahí, impidiendo que el debate se sitúe en los términos correctos y las cuestiones centrales puedan ser refutadas.”

En este caso, el espantapájaros es la acción puntual en la capilla que evita que se hable del Concordato (o en otras escenificaciones, llamar a Podemos antisistema para evitar que se cuestione el sistema). El enemigo señala nimiedades o falsedades (o hace como que las malinterpreta) y de esa manera traslada la confrontación a un lugar que no conduce a nada y en el que dirime con ese otro que quiere que el público imagine, pero no con el real. Es la falsa guerra eterna. La victoria nunca se produce, porque las dos partes no son reales, pero el conflicto se mantiene, dando ventaja al verdadero enemigo (en este caso la burguesía) e inmovilizando en efecto toda oposición verdadera.

No quiero terminar sin plantear una última cuestión importante: ¿por qué casos como el de Rita Maestre son visibilizados al máximo por la maquinaria de marketing de la “política del cambio” y casos tan sangrantes como el de Alfon y otros muchos son casi sentenciados al olvido? La propia Rita Maestre declinó en una rueda de prensa valorar el caso del vallecano. ¿Es que hay dos tipos de protesta? ¿La protesta de ‘los de abajo’ y la protesta de ‘los de arriba de los de abajo’?

Quienes me conocen saben que soy totalmente contrario a la criminalización de la protesta y espero sinceramente que Rita Maestre no sea condenada en este auto de fe al año de cárcel que pide la fiscal por el delito de blasfemia y contra los sentimientos religiosos que se le imputa; pero mirándolo por el lado bueno, quizá una experiencia cercana a la cárcel le permitiera desarrollar algo más de empatía hacia la significativa lucha que muchos trabajadores llevan a cabo todos los días en el Estado Español. Ni de ella depende ya.

David Durán/redaccion@lamarea.com

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